En Tokio, 14,22 millones de habitantes conviven en una superficie donde la densidad alcanza los 6.501,58 hab./km², cuatro veces más que Madrid, pero sorprendentemente, los atascos son casi inexistentes. La clave de este milagro urbano se encuentra en un estricto sistema conocido como Shako Shomeisho.
La megalópolis japonesa ha conseguido que solo el 12% de los desplazamientos diarios se realicen en automóvil, mientras que un 17% se efectúan en bicicleta, según datos de Deloitte. Estas cifras son el resultado de dos prohibiciones fundamentales: aparcar en la calle y adquirir un vehículo sin contar con un espacio donde estacionarlo.
La historia de este sistema se remonta a mediados del siglo XX, cuando el país experimentó una explosión demográfica urbana. Las ciudades japonesas, devastadas tras la Segunda Guerra Mundial, crecieron caóticamente con edificaciones muy próximas entre sí y calles extremadamente estrechas. Este desarrollo urbanístico desordenado contrastó notablemente con la planificación cuidadosa de ciudades europeas como Rotterdam.
Certificado obligatorio para comprar un automóvil
En 1957, las autoridades japonesas implementaron la primera medida drástica: prohibir el estacionamiento en la vía pública, con multas que actualmente pueden superar los 1.200 euros. Cinco años después, en 1962, llegó el Shako Shomeisho, un certificado que todo comprador debe presentar para demostrar que dispone de una plaza donde aparcar su vehículo.
Esta regulación ha provocado que en Tokio cada hogar posea solo 0,32 vehículos, mientras que en el conjunto de Japón la cifra asciende a 1,06 coches por hogar. El sistema ha disparado el precio del suelo destinado a estacionamientos, con espacios que pueden superar el millón de euros y generar rentabilidad mediante alquiler por horas.
Además, no cualquier espacio sirve: el garaje debe ubicarse a menos de dos kilómetros de la residencia habitual y cumplir requisitos específicos de acceso. Los alquileres mensuales de plazas pueden superar fácilmente los 500 euros, llegando a 700 euros en los barrios más exclusivos.
Altos costos de mantenimiento como factor disuasorio
Mantener un automóvil en Japón implica gastos extraordinarios. La revisión técnica (shaken) se realiza a los tres años de compra y posteriormente cada dos, con costes entre 600 y 1.200 euros, considerablemente más altos que los aproximadamente 60 euros de la ITV española. A esto se suman seguros obligatorios, impuestos sobre el peso del vehículo y revisiones en talleres autorizados que oscilan entre 120 y 500 euros.
Los peajes en las autopistas japonesas son otro factor disuasorio, pues aunque su coste por kilómetro no supera al español, la ausencia de vías rápidas gratuitas alternativas hace prohibitivo el uso cotidiano del automóvil. Esta combinación de factores, junto con una excelente red ferroviaria de alta velocidad, explica por qué las grandes ciudades japonesas presentan tan baja densidad de automóviles.
El caso de los Kei Cars, pequeños vehículos japoneses de menos de 3,4 metros de longitud, constituye una excepción parcial al sistema, aunque en Tokio y Osaka también requieren el certificado de estacionamiento. Esta política integral de movilidad ha convertido a Tokio en la urbe rica donde menos se utiliza el automóvil, creando un entorno urbano más transitable pese a su enorme población.