Hace más de 23.000 años, en lo que hoy es el árido paisaje de White Sands, Nuevo México, un grupo de humanos caminó junto a mamuts, perezosos gigantes y otros animales de la Edad de Hielo. Sus huellas, preservadas en el yeso blanco de un antiguo lago, han desencadenado una revolución en la arqueología americana. Un estudio reciente publicado en Science Advances confirma que estas marcas son las evidencias más antiguas de presencia humana en el continente, adelantando en miles de años la llegada de los primeros pobladores y desafiando décadas de consenso científico.
El hallazgo, realizado en 2018 por un equipo de la Universidad de Arizona, se produjo en las orillas fosilizadas del lago Otero, un vasto cuerpo de agua que existió durante el Último Máximo Glacial. Las huellas no solo revelan la presencia humana, sino también interacciones con la megafauna de la época. Entre los rastros más llamativos está el de una mujer o adolescente que caminó más de un kilómetro cargando a un niño, alternando el peso entre brazos, mientras a su alrededor se entremezclan las pisadas de perezosos gigantes y mamuts.
La datación inicial, basada en semillas de Ruppia encontradas en las capas de sedimento, situó las huellas entre 23.000 y 21.000 años atrás. Sin embargo, algunos científicos cuestionaron los resultados, argumentando que estas plantas acuáticas podían absorber carbono antiguo del agua, distorsionando la medición. Para resolver el debate, los investigadores aplicaron tres métodos independientes: radiocarbono en polen, luminiscencia óptica y análisis estratigráfico de sedimentos. Los resultados, publicados este mes, respaldan sin lugar a dudas la antigüedad de las huellas.
Revolucionando la teoría de poblamiento americano
Este descubrimiento tiene implicaciones profundas. Durante décadas, la teoría dominante sostuvo que los primeros humanos llegaron a América hace unos 16.000 años, cruzando el puente terrestre de Beringia desde Siberia. Sin embargo, las huellas de White Sands demuestran que ya estaban aquí durante el pico de la última glaciación, cuando enormes capas de hielo bloqueaban el paso entre Asia y Alaska. “Esto sugiere que hubo migraciones anteriores, posiblemente costeras, que aún no hemos documentado”, explica el geoarqueólogo Vance Holliday, coautor del estudio.

El yacimiento es un tesoro de información sobre la vida en el Pleistoceno. Además de las huellas humanas, se han identificado rastros de perezosos gigantes que parecen haber reaccionado a la presencia humana, cambiando bruscamente de dirección en algunos puntos. En una secuencia particularmente dramática, las huellas de un grupo de personas se entrecruzan con las de un perezoso, sugiriendo un posible acecho o encuentro cercano. También hay marcas de mamuts, camellos prehistóricos y lobos terribles, pintando un cuadro vívido de un ecosistema desaparecido.
A pesar de la riqueza de huellas, los arqueólogos no han encontrado herramientas de piedra u otros artefactos en el área. Esto no es necesariamente sorprendente, según los investigadores. “Los grupos de cazadores-recolectores en movimiento constante no dejaban muchos objetos atrás”, señala Holliday. “Las huellas son un registro único porque capturan momentos concretos de sus vidas, algo que rara vez preserva el registro arqueológico tradicional”.
Un ecosistema perdido en el tiempo
El ambiente en aquel entonces era radicalmente diferente al desierto actual. White Sands era un humedal dinámico, con fluctuaciones estacionales entre zonas pantanosas y áreas expuestas donde se formaron las huellas. El análisis de polen y sedimentos revela que el clima, aunque frío, era lo suficientemente estable como para sostener una diversidad de plantas y animales. Esta estabilidad pudo ser clave para la supervivencia humana en un periodo generalmente hostil.
El estudio también aborda las críticas técnicas de manera exhaustiva. Algunos investigadores habían argumentado que las semillas de Ruppia podían ser arrastradas por tormentas desde aguas profundas, contaminando las capas donde se hallaban las huellas. Sin embargo, el nuevo análisis muestra que las plantas crecieron in situ en aguas someras, descartando esta posibilidad. “Tenemos 55 fechas coherentes de múltiples laboratorios y métodos”, enfatiza Holliday. “La evidencia es abrumadora”.

Las implicaciones van más allá de la cronología. Las huellas sugieren que los primeros americanos no solo sobrevivieron en condiciones extremas, sino que desarrollaron estrategias sociales complejas. Las pisadas de niños y adolescentes indican que estos grupos incluían familias completas, no solo bandas de cazadores. Además, la distribución de las huellas revela patrones de movimiento cuidadosos, posiblemente relacionados con la caza o la recolección en un entorno cambiante.
Un legado para el futuro científico
El descubrimiento ha llevado a replantear la protección del sitio. Declarado parque nacional en 2019, White Sands alberga ahora uno de los yacimientos paleontológicos más importantes del mundo. Aunque las huellas originales no están accesibles al público por su fragilidad, el centro de visitantes exhibe réplicas detalladas y reconstrucciones del paisaje pleistoceno.
Para los científicos, el trabajo apenas comienza. El siguiente paso es buscar asentamientos asociados a estas poblaciones pioneras. “Si estaban aquí hace 23.000 años, debían tener campamentos en algún lugar cercano“, señala Holliday. Mientras tanto, cada huella sigue contando su historia silenciosa, invitándonos a reimaginar los primeros capítulos de la presencia humana en América.