La revolución de los biocomputadores está en marcha. Científicos de la Universidad de Indiana han cultivado un pequeño organoide similar a un cerebro a partir de células madre humanas y lo han conectado a un chip de silicio, demostrando su potencial como una innovadora forma de hardware de aprendizaje automático orgánico.
Este minicerebro tridimensional, apodado “Brainoware”, fue capaz de aprender rápidamente tareas de reconocimiento de voz y predicciones matemáticas. A diferencia de las redes neuronales artificiales que consumen millones de vatios, el Brainoware sólo necesita 20 vatios, exhibiendo una eficiencia energética asombrosa comparable al cerebro humano.
El montaje experimental permitió enviar señales eléctricas al organoide cerebral y leer su actividad neuronal como salida. En pruebas iniciales, el Brainoware pudo distinguir entre ocho voces con una precisión del 51% sin entrenamiento previo, mejorando al 78% en sólo dos días.
Asimismo, demostró habilidades en predicciones matemáticas no lineales, incrementando su precisión de 0.356 a 0.812 en el mismo periodo. Superó ampliamente a las redes neuronales artificiales sin unidades de memoria, y mostró un rendimiento ligeramente inferior a las que sí las tenían, pero reduciendo drásticamente los tiempos de entrenamiento.
Esta investigación pionera abre las puertas a una nueva generación de biocomputadores que combinan tejido vivo y silicio. Los científicos planean mejorar el diseño con electrodos implantados en el tejido cerebral para acceder a más neuronas y potenciar aún más sus capacidades de aprendizaje.
Sin embargo, también surgen interrogantes éticas sobre la creación de micro-cerebros humanos para computación. Los investigadores instan a examinar estos dilemas a medida que avanza esta tecnología disruptiva que fusiona lo biológico y lo artificial en un futuro incierto pero prometedor.